Leyendo un comentario de los de abajo, leí algo referente a la adoración. Y pensándolo bien, he decidido escribir un artículo marcando claramente las diferencias. ¿Por qué? Porque es un fallo que tenemos a flor de piel y que muchas veces no podemos dar verdadero testimonio de nuestra fe porque nuestro vocabulario no está curtido.
En el diccionario de la RAE y respecto a “Venerar” dice lo siguiente:
1. Respetar en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda.
2. Dar culto a Dios, a los santos o a las cosas sagradas.
Y sin embargo, “adorar”:
1. Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina.
2. Reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido.
Parece ser que la diferencia es mínima, pero ese mínimo es abismal. Por un lado, venerar se veneran a los santos, a la Virgen María, a las imágenes, a todos aquellos símbolos que nos llevan a Dios. Pero sin embargo, la adoración es a Dios mismo, que lo tenemos realmente en la Eucaristía, pues en la Sagrada Forma que comulgamos cada domingo, está presente realmente Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Y con razón nos critica mucha gente, sobre todo los protestantes porque rendimos culto a imágenes de bulto redondo, cuando nos dicen que en la Sagrada Escritura (Éxodo 32) aparece que Dios no permite la adoración de imágenes Suyas, y es porque se habían hecho un becerro de oro y habían limitado a Dios. Y por eso la Adoración se hace en la Eucaristía y la veneración en lo demás.
Un dato importante es que San Juan Damasceno (676-749), defendió contextos suyos la veneración a las Sagradas imágenes, comenzando en el concilio de Hieria (754). Sin embargo, estos discursos fueron también el motivo principal de su rehabilitación y canonización por parte de los Padres ortodoxos convocados al segundo concilio de Nicea (787), séptimo ecuménico. En estos textos se pueden encontrar los primeros intentos teológicos importantes de legitimación de la veneración de las imágenes sagradas, uniéndolas al misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María. Y por ello es necesario reafirmar que la adoración es a Cristo presente realmente en la Eucaristía (por ser manifestación real de Dios); y a las sagradas imágenes se debe veneración.
Antonio Luis Sánchez Álvarez